
Maria Elena:
Prometimos dedicarla a la independencia del Perú, pero hemos encontrado a unas mujeres con la categoría suficiente para ser presentadas a nuestros lectores.
Hoy hablaremos de Doña Micaela Bastida Puyucahua, hija natural de Manuel, descendiente de españoles y africanos, y de Josefa, una andina. La joven Micaela era de una belleza muy notoria, con la piel dorada y el cabello negro y ondulado, de cuello esbelto y porte distinguido. Pero sobre todo estaba dotada de un particular don de mando y la capacidad de movilizar a las gentes. Hoy diríamos con el talento de una Lideresa, así logró sumar a la causa a vecinos distinguidos, a numerosos caciques, y hasta miembros de la Iglesia.
El 25 de mayo de 1760, al cumplir 16 años, se casó con José Gabriel Condorcanqui, en la parroquia de Nuestra Señora de la Purificación. El esposo era descendiente directo —por línea materna— del último inca Túpac Amaru I. En 1764 el marido fue, por herencia, nombrado Cacique, y pusieron casa en Tinta, localidad cercana al Cusco. Tuvieron tres hijos: Hipólito, Mariano y Fernando.
Micaela había recibido la educación elemental de lectura y cuentas, reservada a las mujeres en esa época. Con rapidez tomó conciencia de la situación de las gentes de su Cacicazgo y se involucró en su defensa. Apoyó firmemente a su esposo, en contra de los abusos de los Corregidores, los tributos a las mercaderías y las prestaciones obligatorias de trabajo impuestas a los nativos (mitas: trabajos en las minas y obrajes: talleres de textiles).
En 1780 José Gabriel Condorcanqui, después de viajar sin éxito a Lima, —nadie atendió sus demandas— inicio un movimiento contra el mal gobierno en el Virreinato del Perú. En ese momento adopta el nombre de Túpac Amaru II en honor de su antepasado, el antiguo Inca de Vilcabamba. Se presentó como restaurador y legítimo heredero de la dinastía Incaica y envió emisarios para extender la rebelión por todo el Perú.
El levantamiento se dirigía contra las autoridades españolas locales, manteniendo —al principio— la ficción de lealtad al rey Carlos III. El 4 de noviembre de 1780 Túpac Amaru II dio el primer grito de libertad. Apresaron al despótico e inhumano Corregidor Antonio de Arriaga, lo condenaron en juicio y fue ahorcado.
Desde ese momento, Micaela se convirtió en la principal consejera de Túpac Amaru II, participó en el célebre “consejo de los cinco”, en el enjuiciamiento contra el Corregidor Arriaga y asumió múltiples misiones en la rebelión. Actuaba con dinamismo y persuasión, tan concienciado como su marido —o más— pues las mujeres indígenas eran sometidas en los obrajes y las negras esclavizadas.
Al comenzar a lucha, uno de los mayores problemas fue la obtención de armamento, pues los nativos no podían tener armas de fuego. Micaela se encargó del aprovisionamiento, eso incluía conseguir y distribuir: alimentos, ropas, municiones y armamentos. Para facilitar el movimiento de quienes viajaban, daba los salvoconductos. Se encargó de la retaguardia, demostrando diligencia y capacidad, ideó medidas de seguridad contra el espionaje. Puso en marcha un servicio de chasquis para trasmitir rápidamente informar dentro del territorio rebelde.
Junto a Micaela dieron apoyo a las tropas, una legión de luchadoras: quechuas y aymaras. Para ellas se trataba también de restablecer el antiguo lugar de la mujer indígena en la vida social y política. Esas tradiciones —de algunas culturas andinas como la reflejada en nuestra novela: A orillas del Virú— la intentó abolir la cultura castellana. Fueron líderes dentro del movimiento Cecilia Túpac Amaru y Tomasa Tito Condemayta, Cacica de Acos, entre muchas otras.
Las mujeres participaban en las luchas, junto a sus hijos y maridos. Micaela, con su carácter enérgico, infundía aliento a Túpac Amaru en el mismo campo de batalla. Después del triunfo de Sangarará (el 18 de noviembre de 1780), fue nombrada: Jefe Interino de la Rebelión.
Túpac Amaru expidió un mensaje a todo el Virreinato, convocando a unirse a su causa:
—«Vivamos como hermanos y congregados en un solo cuerpo. Cuidemos de la protección y conservación de los criollos, mestizos, zambos e indios, por ser todos compatriotas, como nacidos en estas tierras y de un mismo origen».
Pedro:
En marzo de 1781, el ejército de Túpac Amaru, contaba con siete mil hombres y mujeres dispuestos a pelear hasta la muerte, llegaron a proclamaron a Túpac Amaru II como Emperador de América.
En testimonios de la época, Micaela aparece como principal estratega mediante tareas políticas, militares y administrativas; siendo también la principal consejera del líder. Con su sólida convicción, claridad de pensamiento y alta intuición, se convirtió en el sexto sentido de la rebelión.
Algunos historiadores opinan:
—Si Tupac Amaru II hubiese escuchado a su esposa y hubiera conquistado el Cuzco después del triunfo en Sangarará —como ella le aconsejó— hubiera sido casi imposible para los españoles recuperar esa ciudad.
En cambio, no la escuchó y en ese grave error táctico perdió el tiempo, casi paseando su triunfo por pequeñas aldeas cercanas.
El virrey Agustín de Jáuregui mandó desde Lima un poderoso ejército de 17.000 hombres.
El contingente de Túpac Amaru fue rodeado y emboscado, y junto a Micaela, sus hijos Hipólito, de 18 años, y Fernando, de 10, y varios de sus familiares, fueron apresados y llevados a Cusco, allá estuvieron presos en el convento de la Compañía de Jesús convertido en cuartel militar.
Los interrogaron por medio de tormentos, pretendieron conocer la ubicación del resto de sus tropas. Les prometieron disminuir el castigo si delataban a sus colaboradores, pero no consiguieron ninguna información. El 14 de mayo fueron condenados a la pena capital.
La sentencia ordenaba:
—«El descuartizamiento en vida para el jefe principal, mutilaciones y pena de muerte para los otros reos, amén de otros castigos».
El 18 de mayo de 1781 fueron llevados a la plaza de Armas del Cuzco.
A su hijo Hipólito, primero le cortaron la lengua, por haber hablado en contra de los españoles, y luego lo ahorcaron.
Forzaron a Micaela y José Gabriel a asistir a la muerte de su hijo, después a ella la obligaron a subir al cadalso.
Según testigos, se presentó una señora de apenas 37 años, llena de gallardía y valor, aun con la ropa desgarrada y el cabello despeinado, su presencia imponía respeto por su mirada decidida e intensa, muchos ojos se apartaron al verla llegar hasta el patíbulo.
A la vista de su esposo y de su hijo Fernando, Micaela luchó con dignidad y fiereza, finalmente sus verdugos la inmovilizaron y le intentaron cortar la lengua por haber insultado a los españoles, pero apenas hirieron sus labios. Como su cuello era demasiado delgado para ahogarla con el garrote —no presionaba con suficiente fuerza—, con cuerdas tiraron de uno y otro lado para estrangularla, y a patadas en el estómago y los pechos, la remataron. Después de muerta le cortaron la lengua.
Luego llevaron al centro de la plaza a Túpac Amaru, donde fue sometido a espantosa muerte.
Los dos fueron desmembrados y sus partes enviadas a los pueblos de la región, en las plazas públicas ser exhibieron, para mostrar a sus habitantes las consecuencias de enfrentarse al Rey.
Así terminó una insurrección contra los abusos de la conquista, dirigida por varios caciques, algunos con grandes posesiones como Tupa Amaru II o Tomasa Tito Condemayta, Cacica de Acos, pero otros muchos empobrecidos, aunque seguían perteneciendo a la nobleza incaica.
La revuelta se extendió por todo el Tahuantinsuyo, queriendo recuperar su antigua grandeza, no fue en vano, causaron cambios al sistema político-administrativo: Supresión de los Corregidores y comienzo de las Intendencias. Creación de la Audiencia del Cusco, donde se ventilaban casos de abusos en contra de los indígenas.
“Mientras Túpac Amaru realizaba su marcha triunfal en Puno, las operaciones militares en el Cusco estuvieron a cargo de su heroica esposa Micaela Bastidas, que con anticipación comprometió a muchos vecinos notables, caciques, y clérigos, realizó gran labor proselitista (…) hizo fabricar armas, inclusive cañones y municiones; por medio de chasquis mantuvo continua comunicación con su esposo informándole de la situación. En resumen, no solo hizo las veces de Jefe de Estado Mayor, sino que ejerció autoridad, inclusive emitió edictos (…) Micaela Bastidas Puyucahua, simboliza el alma de la revolución de 1780 y en grado superlativo la participación de la mujer americana en la gesta libertadora de América”
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